EN LA LÍNEA DE FUEGO

Estamos en el año 1995 en el Orlando Arena, en el primer partido de las finales de la NBA entre los locales Orlando Magic y los Houston Rockets. A falta de un minuto y 17 segundos para acabar el partido, Shaquille O´Neal pone el 110-107 a favor de su equipo, y en la siguiente posesión Olajuwon comete pasos dejando el partido en franca ventaja para los Magic. Quedan 56 segundos y los Magic ganan por 3, además de estar en posesión del balón. Fallan dos intentos a canasta pero se hacen con los rebotes y, quedando 10.5 segundos, el escolta Nick Anderson recibe una falta que le lleva a la línea de tiros libres.

Anderson era un muy buen baloncestista. Fue en su momento el primer jugador drafteado por los Orlando Magic (en el puesto 11 en 1989) tras salir de la Universidad de Illinois. Jugador talentoso, era una de las primeras referencias en ataque del equipo de Florida, y un consumado lanzador de triples. En la temporada 94-95 promedió un 70.4 por ciento en tiros libres (y en la temporada 92-93 había acabado con un muy buen 74.1 por ciento desde la línea de personal). Así pues, a falta de 10 segundos para acabar el partido, la situación era halagüeña para Orlando.


Volvamos al partido. El escolta se prepara, lanza el balón y....al hierro. No pasa nada, aún hay una segunda oportunidad. Metiendo este tiro el partido se podrá dar por ganado. Anderson vuelve a lanzar y... de nuevo al hierro. Pero afortunadamente, el balón cae en sus manos y es nuevamente objeto de falta. Otros dos tiros libres, y ahora sólo quedan 7.7 segundos. El tiempo corre en contra de los Rockets.

Anderson vuelve a lanzar y el balón golpea en la base del aro. Incapaz de creerse lo que está ocurriendo, el jugador da media vuelta sobre sí mismo y resopla. La situación empeza a ponerse realmente caliente, y el lenguaje corporal de Anderson no invita a la confianza, parece más interesado en quitarse de encima ese último tiro libre que en encestarlo. Como si fuera una pesadilla, tanto él como los espectadores parecen saber cuál será el desenlace de la situación, y aunque no por esperado deje de ser menos sorprendente, Anderson vuelve a fallar su cuarto tiro libre consecutivo. Houston se hace con el balón y en el último suspiro el base Kenny Smith recibe el balón y clava el triple que manda el partido a la prórroga. Un tiempo extra al que los Magic llegan psicológicamente muertos por el mazazo de no haber sido capaces de sentenciar un partido que en ocasiones llegaron a ganar por 20 puntos. y A falta de 3 décimas, Olajuwon palmea un balón que pone el 118-120 final. Los Rockets ganan el partido, rompen la ventaja de campo y se adelantan en la serie. El resto es historia.


Nick Anderson fue durante largo tiempo señalado como el culpable de la derrota en aquel partido y por extensión en las series finales. Nadie se podía explicar cómo un jugador de su categoría podía fallar tan estrepitosamente en un lance del juego que siempre es el mismo y que se basa en la repetición constante.


Lo principal a la hora de atacar la línea de tiros libres es encontrar una mecánica de tiro con la que uno se sienta cómodo en cualquier situación. No tiene por que ser bello o de una plasticidad elevada, simplemente ha de ser efectivo. Ahí tenemos por ejemplo los tiros de cuchara de Rick Barry, que de esa manera tan poco ortodoxa desarrolló una efectividad durante toda su carrera del 90 por ciento. En el lado opuesto tenemos por ejemplo a Shaquille O´Neal, que además de tener un pésimo lanzamiento desde la línea, cambió en varias ocasiones su rutina de tiro sin llegar nunca a sentirla como propia. Tenemos lanzamientos para todos los gustos: la infalible ritual de Bodiroga,el mantra que recitaba Karl Malone antes de cada lanzamiento, esa mano que se pasaba por la cara Jeff Hornacek, el lanzamiento a una mano de Korfas, el tiro por encima de la cabeza de Bill Cartwright... Mil maneras de ejecutar el lanzamiento, hasta que sea ya tan mecánico que pueda ejecutarse de memoria con la máxima efectividad en cualquier momento. En algún sitio leí que el lanzamiento de tiros libres es una situación de "soledad vigilada", ya que el jugador tiene en su nuca las miradas de todo un pabellón entero, la sensación por unos momentos de ser el centro del juego. Una sensación incómoda y torturante para algunos que nunca supieron sobreponerse a ella. De esa manera los rivales siempre usaban la táctica de hacer faltas sobre Wilt Chamberlain porque era la única forma de parar su sangría de puntos, y otros jugadores rehuían el balón en los minutos finales para evitar tener que dirigirse a la fatídica línea.

Ahí reside el quid de la cuestión. en la psicología. El tiro libre es una disciplina en la que los factores básicos siempre son similares: la línea de tiros libres (a 4,60 metros del aro), el jugador que lanza, y la canasta. Todo lo demás es secundario. El jugador está sólo frente al aro sin nadie que le impida o le dificulte el enceste, puede botar el balón tantas veces como quiera y tomarse el tiempo necesario. Es la única jugada que puede ensayarse en los entrenamientos (cientos, miles de veces) con la seguridad de que en el partido se producirá de la misma manera. Pero, a pesar de eso, se falla. Se falla muchas veces. La presión, el ambiente, la trascendencia que rodea a ese tiro es a veces tan asfixiante que acaba por sepultar al lanzador. En el caso de Nick Anderson los errores en ese partido le marcaron de tal manera que su efectividad en los tiros libres bajó del 70.4 ya mencionado a un paupérrimo 40.4 en la temporada 96-97. Había desarrollado un miedo visceral a los tiros libres. Incluso se decidió a consultar a un psiquiatra: "Perdí mi confianza. Perdí mi agresividad. Empecé a decirme a mí mismo que iba a fallar los tiros, en lugar de decirme que iba a convertirlos".

1 Response
  1. Yakito Says:

    En la peli Fanático de Robert de Niro, Wesley Snipes le comenta que vuelve a coger la confianza en su bateo cuando le da absolutamente igual acertar o fallar en un partido. Supongo que al bueno de Nick le pasaría lo mismo en su día.

    Por cierto, es muy difícil llegar ahí tirando como Rick Barry. La mayoría de entrenadores te quitan la costumbre de lanzar así echando hostias.